La literatura contemporánea nos ilustra sobre la existencia de algunos autores que escriben en una lengua que no es la materna, esos escritores, si tienen calidad, llaman poderosamente la atención de los críticos porque señalan lo disímil, lo raro, lo diferente. Son conocidos ahora bastante bien los casos de Isaac Bashevis Singer y de Vladimir Navokov. El primero, judío polaco, escribió originalmente en jidish, luego en polaco y finalmente en inglés y ganó el Premio Nobel de Literatura, el segundo, ruso de origen, escribió en su lengua materna, después en alemán y finalmente en inglés. Si bien el hecho de escribir en lengua materna, sin más, lo consideramos natural, la circunstancia de elegir una lengua de escritura diferente, llama poderosamente la atención de lectores y estudiosos. La poesía y la ficción escritas así son extraterritoriales.
En la poesía del Ecuador, Alfredo Gangotena (1904-1944) es un caso singular. Nacido en una familia pudiente, vinculada al agro, conoce desde niño el francés, emigra a París y hace sus estudios universitarios en esa ciudad, en ingeniería de minas. Escribir en francés le era natural, aunque el lenguaje en casa era el español. Su caso se parece y se diferencia al del poeta peruano César Moro pues este último creció en el Perú rodeado de hablantes de español, aprendió el francés no en profundidad en la escuela secundaria y siendo adulto migró a Francia. Tal vez por esta circunstancia, mientras la escritura en francés de Alfredo Gangotena es impecable, los versos de César Moro en la lengua de Breton, aquí y allá tienen algunos errores, propios de quien escribe en una segunda lengua. Moro, se puede decir que lucha con la lengua de adopción y en su escritura quedan las huellas de ese combate, intenso y maravilloso.
En la publicación de una antología de Poesía del Ecuador, Iván Carvajal y Raúl Pacheco (Carvajal, Pacheco 2008: 12) se hacen las preguntas de rigor sobre las literaturas nacionales. ¿Qué convierte a un conjunto de obras en una literatura nacional? Octavio Paz hablaba de un “temperamento de los pueblos”. Identificar la poesía del Ecuador, si usamos el criterio de los espacios, es algo complicado por la diversidad geográfica, aunque la extensión del país sea reducida. Ecuador tiene las islas Galápagos, la costa, la zona andina y el espacio de la selva, cada una de estas zonas tiene una peculiar manera de manejar el español que convive con otras lenguas. Hablar de temperamentos, como ocurre con la frase de Paz, de un lado es útil, pero de otro puede producir más confusiones, puesto que los temperamentos no se restringen a las fronteras nacionales. Pondremos un ejemplo de un poema reciente de María Fernanda Espinosa, escritora ecuatoriana nacida en Salamanca, que figura en la antología de Carvajal y Pacheco que comentamos:
Piru
En el Piru
faltan palabras
para ciertas cosas
En el Piru de mi corazón
faltan palabras
para decir te quiero
del será su ayer.
(Carvajal, Pacheco, 2008: 307)
Este texto, probablemente no lo escribiría una persona peruana. Hay un matiz de burla involuntario, que tal vez no captó la propia poeta, pero, de todas maneras, los peruanos nos vemos expresados en la entrelínea de estos versos. La materia verbal, española, tiene una raíz peruana, pero la dicción es de fuera para nosotros, es ecuatoriana, aunque la poeta sea nacida en Salamanca. Concluiremos diciendo algo natural: la poesía ecuatoriana es aquella que los lectores del Ecuador consideran suya.
En el caso de Gangotena, Carvajal y Pacheco consideran excepcional su inclusión en la antología que ellos publican. La razón que dan es que escribió la mayor parte de su obra en francés. De todas maneras, los dos poetas críticos, sus lectores, los poetas como Gonzalo Escudero o Cristina Burneo, que lo han traducido del francés, lo consideran ecuatoriano, y así es como lo leemos en numerosos países del continente americano. Considerarlo en la tradición francesa, sería muy arriesgado. Examinada globalmente, la poesía de Gangotena, tanto la escrita en francés como en español, es bastante original, por la fluidez del verso que tiene una red de significaciones ocultas que no se entrega con facilidad al lector.
En algún sentido es la poesía de la separación, de la ausencia, expresadas siempre en el campo de lo misterioso. Es el canto de un solitario, de uno que sufre, pero que no explicita de un modo rotundo las razones de su pena. En épocas antiguas, al estudiar la literatura escrita por un poeta o novelista se hacía un solo bloque discursivo que se llamaba “Vida y obra” y ese enfoque en algún momento cayó en desgracia, bajo la consideración de que la obra excluye la biografía. Con el correr del tiempo, los estudios se han centrado en los propios escritos de los autores, hubo un tiempo en el que estuvo de moda la estilística, después el estructuralismo, y en tiempos más recientes, la semiótica. Y al lado, haciéndose notar, la sociología de la literatura. Hogaño se privilegia el encuentro del lector con el texto y tratándose de la poesía cualquier dato que ayude a su interpretación resulta útil para el aficionado. En Gangotena hay una permanente distancia entre la realidad y lo que se ama. Para un ecuatoriano, de familia ecuatoriana, quiérase que no, vivir en París es un extrañamiento, como también lo es regresar a Quito y dejar atrás el mundo francés. Sin contar al terreno afectivo, el lugar maravilloso donde está la amada, siempre, en sus poemas, es distante. A todas estas separaciones hay que añadir la enfermedad, motor triste de algunos de sus mejores versos. El estado de sanidad es indispensable para que el ser humano desarrolle sus mejores capacidades. La enfermedad siempre es una interrupción en ese estado ideal, pero es inherente al ser humano, nos enfermamos, caemos, nos levantamos, y volvemos a enfermarnos, y sanamos, y un día nos enfermamos y morimos. La enfermedad está siempre en el horizonte de los seres humanos. Alfredo Gangotena, que era hemofílico, es acompañado por el mal, físico y metafísico, por muchos años y en cierto sentido esta situación de disminución condiciona a su escritura, dejando una marca mayor en cada uno de los versos:
X
Esta mortal enfermedad al fondo de mí me torna triste y loco Señor,
Triste y solitario.
Una antigua sombra del cielo de los ríos se agiganta y sobre mí desciende,
Aunque me olvide, aunque vague la tarde bajo esta lluvia vegetal y de infierno,
Todo lo he tentado,
La inexorable desesperanza, con su raíz pérfida y rociada de lágrimas, no me dejará nunca.
Esta enfermedad, sin tiempo ni piedad, me torna triste y loco, Señor.
No tengo recurso ni derecho a las vivificantes formas de la palabra.
Mi corazón se apaga
Y mi voz se estremece con un sonido de la muerte,
Esta voz perdida,
No hace mucho más bella y fausta que todas las brisas en la montaña.