EL HEREJE POR ARTURO CORCUERA |
EL HEREJE POR ARTURO CORCUERA
Nadie podrá convencerme
que el tren
no es larva de mariposa
que el avión no tiene plumas
que el mar no bebe cerveza
que la luz no es una flor.
FLOR DE CANELA DE FANNY JEM WONG : "La amistad sólo puede existir cuando los hombres coinciden en sus opiniones sobre las cosas humanas y divinas." Cicerón 🌸🌸🌸🌸🌸🌸🌸🌸 «No deseo que las mujeres tengan más poder que los hombres, sino que tengan más poder sobre sí mismas». Mary Shelley 🇵🇪 🇨🇳🀄🐉🐲🎎🀄⛩️🇵🇪 🇨🇳🀄🐉🐲🎎🀄
EL HEREJE POR ARTURO CORCUERA |
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SEGUNDO CONGRESO LATINOAMERICANO DE INVESTIGACIÓN Y EDUCACIÓN SUPERIOR INTERDISCIPLINARIA (IEI 2018) PUCP. |
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Juana de Castilla |
Cuando te digan que estás loca, recuerda que un 6 de Noviembre, nació Juana de Castilla, una reina que nunca estuvo loca.
A Juana la casaron con apenas 16 años con Felipe El Hermoso (aunque no lo era según los retratos, era más bien feo)
Felipe se benefició desde el primer día a todas las damas de la corte.
Juana se enfadaba lógicamente, porque exigía un respeto que no se le daba,
ni como mujer, ni como reina, ni como esposa.
Y por eso la llamaban "loca".
Cuando su marido murió, Juana reivindicó el trono de reina de Castilla que a ella estaba destinado.
El rey Fernando, su propio padre, no quería que Juana reinara, así que decidió que estaba loca, y la encerró. Juana, aún era joven y muy bella.
El rey temía que volviera a casarse y contara con un hombre que la apoyara en la lucha por el trono, por lo que prefirió encerrarla.
Cuando su hijo Carlos fue a visitarla dicen que ella "le cedió" el poder ¡Mentira!
Carlos la obligó a firmar y la dejó allí encerrada.
Juana era una mujer culta, que hablaba latín y escribía poesía, pero la historia la ha llamado Juana la Loca, y no Juana la Prisionera.
Juana de Castilla es una de tantas mujeres a las que la historia ha negado su verdadera voz.
La próxima vez que te llamen loca, piensa que loca es lo primero que se le dice a una mujer, cuando la quieren silenciar.
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Carl G. Jung |
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Corazón de poeta por Ko Un (1933 - ) Corea del Sur |
Un poeta ha nacido entre chirriar de crímenes,
hurtos, asesinatos, fraudes o violencias
en algún oscuro rincón del mundo.
Primero las palabras del poeta van deslizándose
en chirridos, en ásperas y espantosas blasfemias
que se escuchan en los barrios más pobres y violentos
y por un tiempo dominan a la sociedad.
Después el corazón del poeta forja un grito
con todas las verdades, como vienen, rezumando,
a través de las grietas del mal y la mentira
y los demás corazones lo golpean hasta la muerte.
El corazón del poeta está condenado, es cierto.
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ANGEL GONZÁLEZ España, 1929 |
A veces,
mi egoísmo
me llena de maldad,
y te odio casi
hasta hacerme daño
a mí mismo:
son los celos, la envidia,
el asco
al hombre, mi semejante
aborrecible, como yo
corrompido y sin
remedio,
mi querido
hermano y parigual en la
desgracia.
A veces -o mejor dicho:
casi nunca-,
te odio tanto que te veo
distinta.
Ni en corazón ni en alma
te pareces
a la que amaba sólo
hace un instante,
y hasta tu cuerpo cambia
y es más bello
-quizá por imposible
y por lejano-.
Pero el odio también me
modifica
a mí mismo,
y cuando quiero darme
cuenta
soy otro
que no odia, que ama
a esa desconocida cuyo
nombre es el tuyo,
que lleva tu apellido,
y tiene,
igual que tú,
el cabello largo.
Cuando sonríes,
yo te reconozco,
identifico tu perfil
primero,
y vuelvo a verte,
al fin,
tal como eras, como
sigues
siendo,
como serás ya siempre,
mientras te ame.
A mano amada,
cuando la noche impone su costumbre de insomnio
y convierte
cada minuto en el aniversario
de todos los sucesos de una vida;
allí,
en la esquina más negra del desamparo, donde
el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,
los recuerdos me asaltan.
Unos empuñan tu mirada verde,
otros
apoyan en mi espalda
el alma blanca de un lejano sueño,
y con voz inaudible,
con implacables labios silenciosos,
¡el olvido o la vida!,
me reclaman.
Reconozco los rostros.
No hurto el cuerpo.
Cierro los ojos para ver
y siento
que me apuñalan fría,
justamente,
con ese hierro viejo:
la memoria.
¿Cómo seré o
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
-prolongándome, vivo, hacia la muerte-
se pasarán de mano en mano
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.
Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos-
te seguirán a donde vayas, fieles.
Alga quisiera ser, alga enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada.
Agua quisiera ser, agua salada
cuando corres desnuda hacia la orilla.
Sol recortando en sombra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.
Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,
gaviota, cielo, nave, vela, viento…
Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento.
Cruzas por el crepúsculo.
El aire
tienes que separarlo casi con las manos
de tan denso, de tan impenetrable.
Andas. No dejan huellas
tus pies. Cientos de árboles
contienen el aliento sobre tu
cabeza. Un pájaro no sabe
que estás allí, y lanza su silbido
largo al otro lado del paisaje.
El mundo cambia de color: es como el eco
del mundo. Eco distante
que tú estremeces, traspasando
las últimas fronteras de la tarde.
Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz cualquiera...
Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.
Una revolución.
Luego una guerra.
En aquellos dos años –que eran
la quinta parte de toda mi vida–,
ya había experimentado sensaciones distintas.
Imaginé más tarde
lo que es la lucha en calidad de hombre.
Pero como tal niño,
la guerra, para mí, era tan sólo:
suspensión de las clases escolares,
Isabelita en bragas en el sótano,
cementerios de coches, pisos
abandonados, hambre indefinible,
sangre descubierta
en la tierra o las losas de la calle,
un terror que duraba
lo que el frágil rumor de los cristales
después de la explosión,
y el casi incomprensible
dolor de los adultos,
sus lágrimas, su miedo,
su ira sofocada,
que, por algún resquicio,
entraban en mi alma
para desvanecerse luego, pronto,
ante uno de los muchos
prodigios cotidianos: el hallazgo
de una bala aún caliente,
el incendio
de un edificio próximo,
los restos de un saqueo
–papeles y retratos
en medio de la calle...
Todo pasó,
todo es borroso ahora, todo
menos eso que apenas percibía
en aquel tiempo
y que, años más tarde,
resurgió en mi interior, ya para siempre:
este miedo difuso,
esta ira repentina,
estas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.
Ninguna era tan bella como tú
durante aquel fugaz momento en que te amaba:
mi vida entera.
Para que yo me llame Ángel González
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
Deja para mañana
lo que podrías haber hecho hoy
(y comenzaste ayer sin saber cómo).
Y que mañana sea mañana siempre;
que la pereza deje inacabado
lo destinado a ser perecedero;
que no intervenga el tiempo,
que no tenga materia en que ensañarse.
Evita que mañana te deshaga
todo lo que tú mismo
pudiste no haber hecho ayer.
J.R.J.
Debajo del poema
–laborioso mecánico–,
apretaba las tuercas a un epíteto.
Luego engrasó un adverbio,
dejó la rima a punto,
afinó el ritmo
y pintó de amarillo el artefacto.
Al fin lo puso en marcha, y funcionaba.
-No lo toques ya más,
se dijo.
Pero
no pudo remediarlo:
volvió a empezar,
rompió los octosílabos,
los juntó todos,
cambio por sinestesias las metáforas,
aceleró...
mas nada sucedía.
Soltó un tropo,
dejó todas las piezas
en una lata malva
y se marchó,
cansado de su nombre.
Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá:
«Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas».
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.
Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas.
Mar de invierno. El agua gris
mancha de frío las rocas.
Tus piernas, tus dulces piernas,
enternecen a las olas.
Un cielo sucio se vuelca
sobre el mar. El viento borra
el perfil de las colinas
de arena. Las tediosas
charcas de sal y de frío
copian tu luz y tu sombra.
Algo gritan, en lo alto,
que tú no escuchas, absorta.
Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas.
BALADA DE CHANG’AN POR LI BAI BALADA DE CHANG’AN Cuando mis cabellos comenzaron a cubrir mi frente Delante de la puerta me divertía recogien...